lunes, 2 de junio de 2008


QUE VIVA LA UTOPÍA, SIEMPRE FRESCA Y ARDIENTE A LA VEZ

Hace poco, en una reunión académica de la universidad, hablaba con mis estudiantes acerca de los procesos de resignificación social de los espacios físicos públicos a través del tiempo. Como referencia analizábamos lo que había sucedido con el viejo jirón de La Unión, en el centro de Lima. De ser un lugar “privatizado” para fines recreacionales por la aristocracia criolla a fines del siglo XIX y principios del sigo XX –el Club Nacional y el Club de la Unión en sus tiempos de grandeza eran demostración de ello- nuevas dinámicas sociales que incorporaban nuevos actores típicos de una Lima distinta, de una Lima de masas post 50 (migraciones, urbanización, etc.), pasaron a resignificar dicha arteria limeña, “reapropiándosela” simbólicamente (la expresión “ir a jironear” traduciría este proceso al lenguaje coloquial allá por los años 70 y 80). Esta reapropiación no supuso el estar exenta de tensiones y conflictos con el campo de lo era resignificado (incluyendo a sus propios representantes como sucedió con la antigua aristocracia unionista).

Los procesos de resignificación social no se aplican solo a las cosas sino también a las realidades intangibles. Cuando se refieren a acontecimientos históricos o a conceptos e ideas, implican, muchas veces, lógicas de intereses que, por lo general, se organizan con relación a otros intereses diferentes, cuando no opuestos.

Pensemos, por ejemplo, qué ha pasado con la idea de democracia. Thomas Jefferson, que fue el tercer presidente de los Estados Unidos de Norteamérica entre 1801 y 1809, definió la democracia como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Consecuente con esto, la concebía como una democracia participacionista, promoviendo el autoempleo de los trabajadores en vez del trabajo asalariado y planteando críticas a la estructura de la propiedad agraria de entonces y que se basaba en la gran propiedad de los terratenientes (expresión concreta del poder económico de los EE.UU. en aquellos tiempos).

La democracia de Jefferson tenía, según algunos estudiosos del presente, cierto carácter libertario y anarquista. Era evidente que para uno de los “padres de la democracia”, ésta última palabra tenía contenidos miles de veces más extensos que los de un simple sistema político o de gobierno. ¿Qué queda del ideal jeffersoniano en las llamadas sociedades democráticas de hoy? ¿Qué queda de la democracia jeffersoniana en el sistema político y social del propio Estados Unidos?

La idea de democracia ha sido redefinida, resignificada por determinados intereses de tal manera que casi se la ha terminado vaciando de contenido. No se la piensa como una forma de vida plena, holística, integral, que atraviesa todos los órdenes y planos de la vida humana (el económico y el social incluidos); sino que se la reduce, maliciosamente, a una forma delimitada de gobierno político centrado sólo en el ejercicio del voto representativo. ¡Y con este parámetro que se universaliza por el poder global como el único válido, se evalúa hoy –se “juzga”, diríamos, con una autoridad autoconferida por la fuerza-, quién es democrático y quien no lo es por parte del gobierno actual del país que es, paradójicamente, la patria de Jefferson!

Algo parecido ha acontecido con el término utopía que ha tendido hacia la desfiguración por un proceso de resignificación maniqueo que, lamentablemente, se ha difundido en la sociedad, atravesando incluso los niveles sociales. El sentido del término utopía que ha venido a anclarse en la conciencia de muchas personas lo asocia con la idea de “sueño irrealizable”, o con “estar fuera de la realidad”, “vivir en las nubes”. Algo parecido a lo que ha pasado con la idea de “persona idealista”, entendida como alguien probablemente bien intencionado pero que no es “realista”. Así pues, bajo esta perspectiva ideológica, utopía es diferente y hasta contrapuesta a realidad. Por ende, una persona utópica es opuesta a una persona realista. La difusión de esta manera de pensar encierra, en mi opinión, un grave peligro para los seres humanos y para las posibilidades de su realización personal y social. Este peligro consiste en una permanente y falsamente racional invitación diaria a dejar de soñar activamente, a enterrar la imaginación personal y colectiva en nombre del “realismo racional”. ¿Qué le queda como futuro a una persona que no es capaz de soñar activamente (y no pasivamente como “sueño irrealizable”)? ¿Qué le queda a un pueblo si no es capaz de soñar otro mundo, otra realidad posible?

Y aquí se hace necesario rescatar el otro sentido de la palabra utopía, entendida como “norte” a alcanzar, como sueño que es capaz de construir voluntad de cambio, de transformación. Utopía entendida como sueño no inmovilizador sino todo lo contrario (la utopía como mito movilizador en el amauta José Carlos Mariátegui). Utopía que se sueña no con los ojos cerrados sino con los ojos bien abiertos y que, por eso, convoca diariamente a la acción de uno y/o de muchos. Utopía que se nos propone como el faro que ha de guiar nuestros pasos en busca de los objetivos que nos hemos trazado. Utopía que vale no tanto por la consecución absoluta del ideal propuesto sino por la aproximación cada vez mayor hacia él en la vía de una apuesta por el mejoramiento continuo (“el camino a la verdad es el camino de las aproximaciones sucesivas” decía el filósofo Kant).

Creo que hay que rescatar el sentido utópico que debe tener nuestra vida como seres humanos, como realidades personales y colectivas. Es penoso cuando el atrevimiento a soñar diferente y en colectivo desaparece de las mentes de nuestras nuevas generaciones de peruanos. Pero ¿qué podemos recriminar a los jóvenes si nosotros, los no tan jóvenes, renunciamos a las utopías?.

Thomas Jefferson fue presidente de los Estados Unidos de Norteamérica a los 58 años de edad y gobernó hasta los 66. Junto a Abraham Lincoln se constituyeron en líderes del cambio en ese país. En lo personal, de toda la historia política presidencial de los EE.UU. rescato esos dos casos por su significancia histórica y su compromiso por las causas libertarias y humanas. Ambos, a mi parecer, fueron, no por casualidad, personajes típicamente utópicos, en el verdadero y único sentido válido de la palabra.

Que mañana y los siguientes días sean buen tiempo para vivir.

Daniel Zevallos Chávez

1 comentario:

  1. Hola
    Estoy totalmente de acuerdo.
    AGUANTE LAS UTOPIAS!!
    aa!

    Te invito a participar de un nuevo blog.

    http://sistemas-de-vida.blogspot.com/

    Este blog es para comentar, debatir, difundir y/o aprende sobre los sistemas de vida a los que acudimos nosotros los seres humanos, para vivir.

    Vas a encontrar de todo tipo de ideas.
    Desde el nazismo a la democracia,
    y las religiones (que también son sistemas de vida).

    Si te interesa me gustaría que me ayudes a difundirlo.

    Participes o no igual gracias, por leer mi comentario.

    ResponderEliminar

NO TE OLVIDES DE DEJAR TU COMENTARIO