sábado, 24 de mayo de 2008

CONSIDERACIONES ENTRE EL BIEN Y EL MAL

En general, cuando aparece alguna buena película, trato de mirarla en el cine primero y luego buscar la lectura de la novela que la inspiró tal es el caso de “Papillón” escrita por Henri Charrière y llevada al cine por Franklin J. Schaffner., “La última tentación de Cristo” de Nikos Kazantzakis cuya dirección en el cine estuvo a cargo del gran Martin Scorsese o “El exorcista” escrita por William P. Blatty y dirigida cinematográficamente por William Friedkin.

Precisamente hace algún tiempo pude leer la novela que escribió W. Blatty “El exorcista” en 1971; la historia esta muy bien estructurada y el manejo de los tiempos y los personajes también es bueno, pero a parte del tema de terror místico, se nota que el autor se ha esforzado por documentarse e ilustrarse sobre lo que estaba escribiendo.

Hay un pasaje que en la película no se ve pero, en mi opinión, resume el contenido filosófico de toda la novela, es un diálogo bastante dialéctico entre los sacerdotes Karras y Merrin sobre la naturaleza del bien y del mal que no pueden desligarse sin dejar de existir ambos retroalimentándose en la existencia humana, estableciéndose una unidad y lucha de contrarios; al margen de consideraciones teológicas y sacramentales o de algún temperamento crítico, creo que este pasaje puede servirnos para empezar a reflexionar sobre un tema tan complejo y al mismo tiempo tan común como la relación entre el bien y el mal. Transcribo entonces este diálogo que es bastante sustancioso:

“…—Decimos que el demonio... no puede afectar la voluntad de la víctima.
—Sí, así es. . . así es. . . No hay pecado.—Entonces, ¿cuál sería el propósito de la posesión? —preguntó Karras con el ceño fruncido—. ¿Qué sentido tiene?

— ¿Quién lo sabe? —respondió Merrin—. ¿Quién puede tener la esperanza de saber? —Pensó un momento. Después continuó sondeando—: Pero yo creo que el objetivo del demonio no es el poseso sino nosotros.., los observadores.. cada persona de esta casa. Y creo. . . creo que lo que quiere es hacer desesperar, rechazar nuestra propia humanidad Damien, que nos veamos, a la larga, como bestias, como esencialmente viles y pútridos, sin nobleza, horribles, indignos. Y tal vez allí esté el centro de todo: en la indignidad. Porque yo pienso que el creer en Dios no tiene nada que ver con la razón; sino que, en última instancia, es una cuestión de amor, de aceptar la posibilidad de que Dios puede amarnos...Merrin hizo otra pausa. Prosiguió más lentamente aún, abriendo su alma en un susurro.

— El sabe.., el demonio, sabe dónde atacar... Hace mucho tiempo yo me desesperaba por no poder amar a mi prójimo. Ciertas personas... me repelían. ¿Cómo podría amarlas?, pensaba. Eso, me atormentaba, Damien; me llevó a desconfiar de mí mismo.., y desde ahí, muy pronto, a desconfiar de mi Dios. Se hizo añicos mi fe...Con interés, Karras levantó sus ojos hacia Merrin.

— ¿Y qué pasó? —preguntó.


—Ah, bueno.., por fin me di cuenta de que Dios nunca me pediría aquello que me es psicológicamente imposible, que el amor que Él me pedía estaba en mi voluntad y no quería decir que debía sentirlo como una emoción. En absoluto. Me pedía que obrara con amor hacia los demás, y el hecho de que lo hiciera con aquellos que me repelían era un acto de amor más grande que cualquier otro. —Movió la cabeza—.

Sé que todo esto debe parecerle muy obvio, Damien. Lo sé. Pero en ese momento no alcanzaba a verlo. Extraña ceguera. Cuántos maridos y mujeres —dijo con tristeza— creerán que no se aman más porque sus corazones no se conmueven a la vista de sus amados. Ah, Dios querido —movió la cabeza afirmativamente—. Ahí radica, Damien..., la posesión; no tanto en las guerras, como algunos quieren creer; y muy pocas veces en intervenciones extraordinarias como ésta. . . la de esta niña.., esta pobre criatura. No, yo lo veo mucho más a menudo en cosas pequeñas, Damien; en los mezquinos o absurdos rencores, las equivocaciones, la palabra cruel e insidiosa que las lenguas desatadas lanzan entre amigos. Entre amantes. Unas cuantas de estas cosas —susurró Merrin— y ya no precisamos que sea Satán el que dirija nuestras guerras, las dirigimos nosotros mismos... nosotros mismos.

El canto todavía podía oírse en el dormitorio. Merrin miró la puerta y escuchó un momento.

—Y sin embargo incluso de esto, del mal, vendrá el bien. De algún modo. De algún modo que nunca podremos entender, ni siquiera ver. —Merrin hizo una pausa—. Quizás el mal sea el crisol de la bondad —caviló—. Y tal vez, aún Satán, a pesar de si mismo, de alguna manera sirva para realizar la voluntad de Dios.

No dijo más, y durante un rato se quedaron parados en silencio mientras Karras reflexionaba. Otra objeción le vino a la mente.

—Una vez que el demonio sea expulsado —dijo tanteando, cómo se le puede impedir que vuelva a entrar? —No sé —respondió Merrin—. No sé. Pero parece que nunca sucede. Nunca. Nunca. —Merrin se puso una mano en la cara y se pellizcó suavemente las esquinas de los ojos—. Damien... qué nombre maravilloso —murmuró. Karras percibió agotamiento en su voz…”(*)


* “El Exorcista” de William P. Blatty, EMECE EDITORES S.A., 19na. edición en español, Bs. As. – Argentina, Octubre de 1974 pp. 310 - 311(Título original en inglés: “The Exorcist” by William Meter Blatty, Publisher by arrangement with Bantam Books Inc – Copyright 1971)
Mario Domínguez Olaya

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