viernes, 29 de febrero de 2008


LA AUTENTICIDAD DE JUAN

Hablar de las cosas que sucedieron en la etapa escolar no solo es divertido, sino que nos hace reflexionar sobre nuestro comportamiento durante el paso por el colegio. Cuando éramos púberes y adolescentes las cosas eran completamente diferentes y eran a veces interpretadas de diferentes maneras.

Las anécdotas de nuestros tiempos mozos tienen un valor romántico y al mismo tiempo aleccionador, son parte de una etapa de nuestras vidas que sirvió como cimiento sólido de lo que ahora somos y hacemos. Los mediatos responsables de nuestra formación son nuestros profesores, aquellos hombres que dan todo de sí para -de diferentes maneras- darnos parte suya a través de las clases impartidas y de la persona que hay detrás de cada educador. No olvidemos que ellos también son seres humanos, con defectos y virtudes, muchas veces incomprendidos por nosotros a la hora en que dictaban su clase.

Vienen a la mente tres tipos de profesores: los que son patasas, es decir los que hacían en clase lo que queríamos, nos daban la razón en todo y los que eran todo un vacilón. También los que implanten su clase y evaluaban, sin hacer aspavientos ni se hacían de problemas. Y por último los comprometidos con la enseñanza, aquellos profesores que eran maestros de verdad, que se sumergían en nuestro mundo sembrando valores, actitudes y regalando lo mejor de sí. Esos profesores que en ese momento, para algunos pudieran parecer "jodidos", "severos" y "enérgicos", son los que ahora han dejado huella en nosotros al pasar los años.

Juan Borea es uno de ellos, y si tanto lo recordamos es porque nos sentimos identificados con su labor, porque marcó nuestras vidas con el sello de la autenticidad. Eso es una de las cosas más rescatables que tiene Juan, es justamente su autenticidad. Aquella que lo hizo diferente en el Maristas San Juan, esa misma que ahora después de 30 años aflora de manera espontánea que contagia a todos. Ya no somos los mismos físicamente, pero cuando estamos con él -salvando algunas situciones- volvemos a ser los jovencitos de antaño y nos dejamos llevar por el entusiasmo y la espontaneidad, dejando todas las caretas y poses que podamos colocarnos en nuestro caminar de adulto.

La anécdota que narraré desde mi ángulo, desde mi forma de verla -me imagino que la pudieron interpretar se muchas formas- justamente grafica la autenticidad de Juan y lo hace diferente a nuestros ojos. El paso de los años le ha otorgado la calma y el sociego para controlar su emotividad y vehemencia. A pesar de ello, él sigue siendo auténtico y somos testigos de ello:

Estábamos en plena formación un día lunes, ese lunes que nos daba flojera ir al colegio. Todos en la fila conversando y muy distraídos, cuando nos dimos cuenta nos percatamos que no había ningún profesor frente a sus alumnos.
Pasaron los minutos y el desorden, la anarquía y el carnaval imperaba en el patio del colegio. Las chicas de la sección vecina a la nuestra se movían mismo recreo y es en ese preciso momento en que no se de donde aparece la inconfundible humanidad de Juanito Borea gramputeado a medio mundo.
Viendo a las alumnas, lleno de ira, mas colorado que un camarón hervido y con las manos en la cintura exclamó con fuerte y viva voz:“ Carajo...mas cordura, mas orden, que les pasa? No se dan cuenta que esto parece un Burdel?...” El colegio entero enmudeció al unísono y todos quedamos estupefactos con lo sucedido.

Este suceso, en aquel entonces trajo mucho cola. Muchas madres de familia pusieron en grito en el cielo. Juan rompió todos los esquemas y parámetros no solo con su manera de impartir sus clases para la vida, sino la metodología singular que utilizaba le daba esa autenticidad que resalto en estas líneas.

La autenticidad es ser realmente uno mismo y del todo en cada situación. Juan al haber dado una respuesta inmediata, directa, inteligente, sencilla, ante cada situación, lo hacía más auténtico que los demás profesores. Es una respuesta que se pro­duce instantáneamente desde lo más profundo su ser, una respuesta que es completa en sí misma, y que, por lo tanto, no deja residuo, no deja energía por solucionar, no deja emociones o aspectos por resolver. Es algo que, por el hecho de ser acción total, una acción en que la persona de Juan lo expresa y lo da todo, liquida la situación en el mismo instante. Ese suceso marcó de cuerpo entero a Juan y a pesar de las lisuras propias de la emoción, reafirmó su respeto y tenacidad.

A pesar de ser un "hombre sabio", no deja la sencillez. su atenticidad es lo más sencillo que hay, porque es lo que surge después de que se ha eliminado lo complejo, lo compuesto, lo adquirido. Es la expresión más genuina de la liber­tad interior, libertad ésta que está en oposición a todo con­dicionamiento, que es la expresión directa de nuestro ser más profundo, podríamos decir más primario.

Otro aspecto de esta su autenticidad es que proporciona la evidencia, la certeza, la claridad, en cada momento, para valorar toda situación. En realidad, la situación implica, ya en sí misma, su respuesta, porque la situación y su respuesta no son dos cosas distintas, sino que cons­tituyen una sola cosa. Su libertad interior se traduce en una disponibilidad. Disponibilidad significa que la persona no está encerrada dentro de una línea, de una estructura prefijada, que no tiene que hacer un esfuerzo para trasladarse de una estruc­tura a otra. La autenticidad es ser y estar en el Centro, por lo tanto en el punto óptimo para encaminarse en cualquier dirección. La autenticidad es, al mismo tiempo, una expe­riencia constante de satisfacción, de gozo, de felicidad, porque se está viviendo ese contenido profundo, ese con­tenido de plenitud.

Ese es el legado de Juan, podrán poner en tela de jucio algunos fallidos y yerros en la època en que enseñaba en el Maristas San Juan -me imagino que habrán muy pocos- pero lo que no podemos negar es que Juan se sumergía en nuestro mundo y valiéndose de los pocos años que nos llevaba lograba que entendiéramos lo que pretendía inculcarnos que se han consolidado en nuestras vidas de hoy. Esa autencidad ha hecho de Juan Borea, un ser humano - con virtudes y defectos- un señor educador que destila respeto.


Paco Cárdenas Linares

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