EL PORTERO DEL BURDEL
Hace varios años atrás cuando, comenzaba una etapa itinerante en mi vida, llegué con mi mochila al hombro a un pueblito de las serranías norteñas, un lugar del cual no recuerdo donde está ni como se llama, pero lo que si recuerdo es que me gustaba conversar con los lugareños y aprender directamente todo lo que fuera posible de la fuente viva del ser humano, de sus virtudes y defectos, de sus alegrías y tristezas, de sus frustraciones y esperanzas. Es así que, hablando con un lugareño me contó la siguiente:“Amigo, me dijo, se nota a la legua que Ud. es muy jovencito y no es del lugar, debes saber que por estos lugares podrá no haber Posta ni Escuela pero nunca faltará un burdel, el de por aquí está allá por esa lomita pero lo que ahí ocurrió se lo cuento a quien quiera escuchar por que a mi me lo contó mi tío que era asiduo parroquiano del sitio y fiel cliente de la Ramona y por supuesto, llegó a conocer a Bartolomé que era ni mas ni menos el portero oficial del burdel desde que era casi un mocoso, que no habrán visto esos ojos y escuchado esos oídos si incluso una vez en una borrachera se le escapó que hasta el mismo párroco resbalaba de vez en cuando por la
“casita”.El caso es que un buen día apareció un nuevo administrador del burdel, un jovenzuelo que según decía había estudiado administración de empresas en Lima y ahora quería poner en práctica sus conocimientos en el floreciente negocio del puterío y como primera medida reunió a todo el personal, es decir las siete putas y a Bartolomé que también fungía de
“arregla-todo” y agüatero; a las chicas las instruyó para que no engrían a los clientes y saquen mayor utilidad del tiempo de trabajo, a partir de ahora quedaban prohibidas las
“yapas”, eso sí, modernizó la indumentaria de las féminas, esmerándose en una presentación mas sensual con algún vestuario que había llevado para tal fin y decoró y adornó el lugar con nueva pintura y algunos afiches de calatas; en eso le tocó el turno a Bartolomé a quien le dijo:
- Bartolomé, Ud. que es el portero a partir de hoy llevará un estricto control de los nombres de los clientes y el tiempo que demoran con las chicas, cada dos días me dará un informe por escrito.
Bartolomé titubeó un poco pero se animó a decir:
- Señor, creo que no podré hacer lo que me pide por que no se leer ni escribir.
El administrador miró al portero y le respondió.
- Nadie me había dicho que Ud. era analfabeto, lo siento mucho pero tendré que prescindir de sus servicios, para mi es importante ese informe escrito.
- Pero señor -dijo Bartolomé mientras palidecía
- toda mi vida he sido portero y no conozco otro oficio además será difícil que alguien me de trabajo a esta edad sobre todo conociéndome todo el pueblo como portero del burdel. Yo necesito alguien que me de ese informe, si Ud. no sabe leer ni escribir no me es útil, le daré una indemnización para que tenga tiempo de buscar otro trabajo.
El administrador no esperó otra réplica, le dio la espalda y se fue, al día siguiente Bartolomé estaba con una platita en el bolsillo pero sin trabajo y muy preocupado por su futuro inmediato, recordó que en algunas oportunidades llegó a reparar algunas mesas y sillas pero el sólo contaba ahora con unos cuantos clavos oxidados y un alicate roto y se decidió que tenía que comprar herramientas nuevas aunque la ferretería mas cercana estaba en el otro pueblo a dos días de camino, así lo hizo y luego de cuatro días regresó al pueblo para poner su tallercito de reparaciones. En esos trajines andaba cuando un vecino llamó a su puerta:
- ¡Hola vecino!, le dijo, vengo a ver si tiene un martillo que me pueda prestar".
- Si, acabo de comprar uno pero lo necesito para trabajar.
- Entiendo, vecino, pero yo se lo devolveré mañana temprano.
- Está bien, dijo Bartolomé, pero me lo devuelve pronto.
A la mañana siguiente, como lo había prometido, el vecino tocó la puerta.
- Mire amigo, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?
- ¡No puedo!, lo necesito para trabajar y la ferretería está a dos días de camino. - Le propongo un trato, le pagaré los días de ida y vuelta mas el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?
Bartolomé lo pensó un momento y viendo que esto le retribuía el trabajo de cuatro días aceptó, tomó el dinero que el vecino le ofrecía, volvió a montar su mula y a su regreso, otro vecino ya lo esperaba en la puerta de su casa.
- Vecino, amigo mío lo estaba esperando, me enteré que usted le vendió un martillo a mi amigo, vengo a decirle que yo también necesito unas herramientas y estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje, mas una pequeña ganancia... mire que no dispongo de tiempo para el viaje.
Bartolomé abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un desarmador, un martillo y un cincel. Le pagó lo convenido y se fue. Parado En su puerta, Bartolomé se puso a pensar en las palabras de su vecino: “-No dispongo de cuatro días para ir a comprar las herramientas.-”; si esto era así, mucha gente podría necesitar que él viajara para traer herramientas y ya lo había hecho dos veces sin gastar un real de su bolsillo e incluso había ganado una utilidad y fue de este modo que en el siguiente viaje, arriesgó un poco de dinero trayendo más herramientas de las que había vendido para ahorrarse algún tiempo en nuevos viajes. “Radio Bemba” comenzó a funcionar y la voz empezó a correr por el pueblo y muchos quisieron evitarse el viaje; una vez por semana, Bartolomé, ahora vendedor de herramientas, viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. En poco tiempo alquiló un galpón para almacenar las herramientas y adaptó una vidriera y el galpón se transformó pronto en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio ya que no vendía muy caro.
De esta forma el negocio prosperó y Bartolomé ya no viajaba, había logrado conectarse con algunos fabricantes y estos le enviaban sus pedidos incluso a menor precio ya que el era un cliente muy cumplidor y eso no era todo, un año después ampliaba su mercado ya que las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería para evitarse largos viajes hasta que un día se le ocurrió que su amigo el tornero, podría fabricarle las cabezas de los martillos y luego, ¿por qué no?, tenazas, pinzas, cinceles, clavos, tornillos, etc…de esta forma en poco tiempo el ya le daba trabajo a otras personas y se convertía en fabricante. Pasaron cinco años, y Bartolomé, el ex portero del burdel, se hizo millonario con su trabajo como fabricante y vendedor de herramientas.
Un buen día decidió donar una Escuela y una Posta Médica a su pueblo. En ellas, además de leer y escribir, se enseñarían las artes y oficios mas prácticos del momento y sus paisanos tendrían donde curarse. En el acto de inauguración de las obras, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, lo declaró hijo predilecto, lo hizo cortar la cinta, lo abrazó y le dijo:
- Es un gran orgullo para nosotros agradecerle por este gesto tan meritorio para nuestra comunidad el que usted nos haya donado esta Escuela y esta Posta Médica; le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primera hoja de este Libro de Personalidades Ilustres.
- El honor sería para mí, dijo Bartolomé, nada me haría más feliz que firmar allí, pero debo confesar con gran pena que no se leer ni escribir; soy totalmente analfabeto.
- ¿Usted analfabeto?... dijo asombrado el alcalde que no alcanzaba a creerlo.
- Usted ha construido un imperio industrial sin saber leer ni escribir, ¡Estoy realmente asombrado!, me pregunto, ¿qué habría sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?
Bartolomé se rascó la barbilla y con una rara mezcla de tristeza, calma e ironía le dijo al alcalde- Eso si se lo puedo contestar, si yo hubiera sabido leer y escribir lo mas seguro es que seguiría siendo el portero del burdel.
Mario Domínguez Olaya