
SER “CABEZA DE POLLO” O “HUARAPERO”, ESE ES EL DILEMA

No creo que la adolescencia sea ajena a las transformaciones de la pubertad, por supuesto que se pasa por ahí, pero no lo es todo, tampoco que esté desvinculada de situaciones evolutivas o del surgimiento de cierta sensatez o mal llamada madurez, o de una significación social producto de nuestro tiempo. Ni tampoco que esté desligada de situaciones críticas o dolorosas tales como la rebeldía, producción y aferramiento a símbolos, el grupo de iguales, entre otros.

Casi siempre se dice que existe un bebedor social. En nuestra adolescencia la presión de nuestro entorno juvenil, nos hacía muchas veces –a unos mas que a otros- realizar actos que ha veces no nos gustaba hacer a menudo. Uno de esas cosas que hacemos por los amigos era justamente el libar licor.
Entábamos a la tercera semana del mes de diciembre de 1978, la memoria es un poco traicionera ya que no me acuerdo bien si era el cumpleaños de Hugo o alguna actividad artístico-académica en el colegio, o quizás la clausura – alguien que me aclare esta disyuntiva. Lo que si me recuerdo, es que estábamos con tantas ganas de juntarnos y hacer ” cosas de grandes “ y nos reunimos un grupazo de la promoción en el que se encontraban Hugo, Rubén, Mario, Gustavo, Eduardo y algunos más. Saliendo del colegio se le ocurrió a alguien el ir a comprar trago para entonarnos y pasarla bien. Ya Hugo desde aquel entonces se vislumbraba como buen bebedor. Él preguntó al grupo: "¿Y qué vamos a tomar hoy?" Por ahí dijo que una botella de la intoxicante Guinda “Huaura”., a lo que el cabezón respondió: “Eso toman solo las hembritas wuones!” Chelas?, vino?, “ stronyer”? -que era el precursor del Baileys- ron?" Realmente hablaba como bueno y quedamos que lo que tomaríamos hasta morir aquella noche tenía que ser vino.

Realmente resultó ser combustible lo que compraron para beber, era vino moscato en dama juana made in Ciudad de Dios. Nadie chistó aquella vez y la destaparon con muchas ansias de saborearla. Cuando uno es muchacho, realmente no sabe lo que hace o no quiere saberlo porque la verdad que tomar eso nos pudo llevar a la otra.
Pasaron las horas y el concierto de los “salutes” iba acompañado de los graciosos chistes del “gringo” y de las imitaciones del talentoso “Loco Solórzano”. Ya estábamos bien sazonados y todavía quedaba un poco más de la tercera parte del botellón. Todos hacían esfuerzos por quién duraba más con el trago. En eso el Loco Rubén se levanta y haciendo gala de buen bebedor dice que estaba el vino bien rico y la estábamos haciendo larga con el trago, teníamos que acabarla para comprar otro botellón más. Creo que Walter lo desafía y le increpa: “A que no eres capaz de tomarte lo que queda de la botella!!” Eran mas de 300 cc. de cualquier cosa menos de vino y Rubén tragó saliva muy nervioso y diciendo con voz indecisa exclamó: “No sé si queda espacio en mi estómago, antes de venir me he tirado un plato de anticuchos y choncholí”. Del otro lado la voz desafiante nuevamente lo envistió: “Ahora te tiras para atrás, no decías que compremos otra botella más? ...” El Loco se volvió a poner de pie y enfáticamente le dijo al grupo. “Traigan la botellita que van a ver lo que se llama tomar de verdad!” y diciendo eso se empujó aquel líquido que olía a alcohol pero no sabíamos en realidad que diablos era.

Por fín llegamos, el caminó nos pareció interminable por las frecuentes paradas. Lo pusimos de pie frente a la puerta de su casa, le arreglamos un poco la ropa, lo peinamos y tocamos el timbre. Luego de eso corrimos de la escena del crimen y tratamos de olvidar aquel incidente tan vergonzoso.
Rubén pasó a ser el "héroe" de la jornada y de algunos meses más . Ahora, al pasar los años ese héroe sería tan solo una "víctima" más de la presión de grupo.
Da vergüenza, da pena y hasta gracia recordar esas cosas de chiquillos. De muchachos que juegan a ser hombres mayores, de sentirnos bacanes por unas horas y demostrar nuestra mal llamada “hombría”. Creo que todos pasamos por esto y es aleccionador en el tiempo. Si tenemos hijos adolescentes sabemos que decirles, no hay mejor lección que la que recibimos cuando nos equivocamos. La adolescencia es un conjunto de experiencias que nos marcan el camino que de adultos vamos a tomar. Existen hoy en día mayores situaciones peligrosas que nuestros hijos pasan o experimentarán. Nuestra experiencia es básica y el consejo oportuno.
Por lo tanto, aunque se diga que una golondrina no hace verano, el que trabajemos por nuestros (as) muchachos (as), sabiendo que están sufriendo, reconociéndolos como personas, como seres importantes y dándoles un lugar; su pasaje hacia la adultez o hacia donde vayan, no va a ser tan malo y podremos sentir la satisfacción de que hicimos algo y no fuimos otro u otra más del montón alienados y alienando a nuestro futuro, nuestros muchachos. Ahora sabemos que es preferible que nos llamen "un cabeza de pollo" que un experimentado "huarapero".
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