LA MADRE MERCEDES: MODELANDO UNA PRAXIS NUEVA DEL CRISTIANISMO
Eduardo Galeano es uno de los escritores que me deleita leer. Su prosa, escrita de manera sencilla pero nutrida de abundante arte estético y vital compromiso, logra producir, a cada paso y en cada renglón de sus textos, el exacto punto de equilibrio entre forma y fondo, constituyéndose en una manera fecunda y poética de aproximarse a comprender mejor la condición humana en nuestra latinoamérica. Fino explorador de su historia, Galeano escribió en una de sus obras de hace años, una frase sobre la que siempre me gusta regresar y que no por breve deja de tener gran profundidad: “la memoria guarda lo que merece ser guardado”. Este es, en realidad, el punto de partida del presente artículo.
Allá por mediados de la década de “los setenta”, una madre católica se sumó al equipo de trabajo de nuestro colegio Maristas de San Juan. Recordemos que no era la primera vez que esto sucedía. La congregación de hermanos maristas a nivel mundial, tenía como práctica, por aquel entonces, el desarrollar la tarea educativa en sus centros escolares contando con el aporte directo de religiosas quienes, por lo general, se encargaban de impartir las lecciones vinculadas a la fe y otras materias, sobre todo en los grados iniciales de primaria. La llegada de la nueva madre para trabajar académica y espiritualmente con quienes nos encontrábamos ya en la secundaria, significó, sin embargo, una ruptura histórica en diversos planos con relación a las experiencias anteriores.
Empecemos por señalar que el primer encuentro con la madre Mercedes –así la conocimos desde entonces- significó -para mí por lo menos- un replanteamiento cognitivo y un cuestionamiento de mi propio imaginario social. La idea de “madre religiosa” estaba asociada, tradicionalmente, con ciertas características, con cierto perfil, con ciertas representaciones simbólicas. Las que conocíamos en el colegio, personas buenas y bien intencionadas sea dicho, en buena cuenta habían contribuido a asentar dicha imagen. Por ejemplo, no podíamos imaginarlas sin un tipo particular y establecido de indumentaria (lo que podríamos llamar como el uniforme religioso). Uno difícilmente llegaba a conocer el color de sus cabellos, rigurosamente cubiertos de forma permanente. Asimismo, una madre era una persona con la que debíamos tratar “los asuntos de dios”, los temas “espirituales”, estando alejada la posibilidad de abrir diálogo franco, abierto y directo sobre los “asuntos terrenales y mundanos”, varios de ellos considerados como tabú. Como que lo divino y lo terrenal no lograban encontrase adecuadamente aún en un espacio mutuamente fructificador (recordemos que recién empezaban a abrirse camino los nuevos vientos en la iglesia católica latinoamericana, con los aportes de la Conferencia Episcopal de Medellín de 1968 y el creciente llamamiento a construir una iglesia con una clara opción por los pobres). La madre Mercedes significó un cambio profundo de todo ello.
Ella era una mujer española, atractiva y relativamente joven, con cabellera crecida de tonalidad rubia-rojiza, piel clara aderezada con algunas pecas y coronada por unos ojos de brillo singular. La recuerdo alta –sus alumnos éramos aún pequeños- , hablando el español como a los españoles les gusta hacerlo; es decir, jugando con las “zetas”, las “ces” y las “eses” en la pronunciación. Pero la recuerdo más con su particular estilo de vestir que construía, de por sí, lazos de confianza con quienes habríamos de ser sus jóvenes interlocutores. Me retrotraigo en el tiempo. La veo llegar a clases con su blusa de mangas cortas o de mangas doladas, arropada con un pantalón jean azul y en zapatillas. La veo llegar alegre, risueña, para hablarnos de Cristo, de dios, de la fe. La veo llegar a clases para contarnos que es posible un mundo nuevo basado en valores como la no discriminación, la igualdad, la justicia, la tolerancia y la no explotación. ¿Es una madre católica?, me pregunto. Es madre y educadora como pocas. Incentiva el trabajo en equipo (¿de qué serviría cultivar el puro individualismo y decirse al mismo tiempo cristiano?). Promueve la construcción de la libertad y el liderazgo colectivo (“el trabajo de grupos se hará en la cancha de futbol, al aire libre, y cada grupo propondrá el tema sobre el que quieren conversar”). Será tolerante y promoverá su práctica sin represiones, deshaciendo tabúes en ese trajinar (“madre –dirá un avispado Lucho Paredes en medio de nuestros sonrojos de verguenza- el tema que queremos abordar es el de la masturbación” y Mercedes, sin inmutarse y con una comprensión poco común para esos tiempos, dirá “muy bien, conversémoslo”). La madre Mercedes contribuirá a redescubrir la fe en sus adolescentes estudiantes, nos traerá el cristianismo católico al mundo de la vida cotidiana, de los seres humanos de carne y hueso que sufren, que sienten, que aman, que sonríen y que luchan.
Sin lugar a dudas, la madre Mercedes ocupa un espacio importante en mis recuerdos de infancia y adolescencia. Recorridos los más de cuarenta junios de mi existencia, crece la significación de esa mujer en mi proceso de formación como ser humano. Más aún, si pienso que era una religiosa católica nacida y hecha en la España ultraconservadora y represiva de Francisco Franco. ¿Cómo explicar la opción radicalmente renovadora de su praxis cristiana y pedagógica, que le permitió eficacia para sintonizar tan perfectamente con sus futuros alumnos del Maristas San Juan, entre quienes me alegró de haber estado?. Es una pregunta que solo ella podría responder.
Hoy quise destinar mi columna para rememorar a la madre Mercedes. Mucho tiempo ha pasado desde los días escolares. Mucha vida ha circulado desde entonces. Probablemente la relación con lo religioso, con las creencias y el campo de la fe, se ha ido modificando en cada uno de nosotros a la fecha. Redefiniciones, aproximaciones, distanciamientos, rupturas o reafirmaciones han de marcar, seguramente, nuestras particulares biografías. Algo, sin embargo, es imborrable de aquél tránsito escolar, de aquella experiencia con la fe: aprendimos lo importante que es ser y aprender a ser personas realmente buenas, personas con principios, con valores y, como dice el himno marista, a luchar por “la conquista del bien” como “nuestro ideal”.
Madre Mercedes, donde estés, si es que estás, has de saber que eres parte de nuestra memoria, has de saber que te guardamos profundo cariño.
Que mañana y los siguientes días sean buen tiempo para vivir…
Daniel Zevallos Chávez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
NO TE OLVIDES DE DEJAR TU COMENTARIO