sábado, 15 de marzo de 2008


EL OTRO YO

Henri Charrière escribió “Papillón” (“Mariposa” en francés) como una novela testimonial y autobiográfica en 1969 y fue llevada con mucho éxito al cine en 1973 (año en el que moriría Henri) protagonizada por Steve McQueen y Dustin Hoffman, uno de los pasajes memorables de esta novela es casi al principio cuando Papillón es juzgado y condenado, injustamente, a cadena perpetua y trabajos forzados en la temible Guyana Francesa, cuando es trasladado a prisión le dice a su carcelero: “Señor, ¿cuánto duran los trabajos a perpetuidad en Francia?”; sin embargo, en la vida real y cotidiana de aquellos años en nuestra América se cerraba el cerco fascista de las dictaduras militares en Chile, Brasil, Argentina y Uruguay y nosotros terminábamos la primaria para comenzar nuestra etapa de escolares de secundaria a partir de 1974.

Estas referencias me sirven para poder hablar sobre Mario Benedetti el gran escritor uruguayo quien, para evitar ser asesinado, tuvo que exiliarse en 1973 tras el autogolpe de Estado de Bordaberri y hace muy poco, en enero de este año, casi nos deja pero, terco como el solo, a sus 87 años decidió seguir viviendo para deleite nuestro y desagrado de aquellos que no tienen reparos en pisotear al ser humano y ya lanzó su último libro titulado “El porvenir de mi pasado”. La apuesta por un mundo mejor y el anhelo de un hombre nuevo verdaderamente libre y ajeno a las ataduras de la alienación son las motivaciones principales de los escritos salidos de su pluma.

En esta ocasión quiero obsequiarles un breve cuento de Benedetti titulado El otro yo (La muerte y otras sorpresas) escrito en 1968 pero muy vigente hoy en el 2008 sobre todo en los actuales tiempos en los que muchos se extravían pretendiendo ser quien realmente no son y quieren matar la parte que les desagrada sin darse cuenta que al hacerlo terminan muriendo por completo. Ahí les va y que tengan buen provecho:

El otro yo (La muerte y otras sorpresas)

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañaza siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable”.

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.


Mario Domínguez Olaya

No hay comentarios:

Publicar un comentario

NO TE OLVIDES DE DEJAR TU COMENTARIO