lunes, 3 de marzo de 2008

El POR QUÉ DE LA COLUMNA

Joan Manuel Serrat, legendario cantautor español – y catalán a más honra para él- musicalizó de bella manera la poesía de Antonio Machado. Famosa es su versión “Cantares”, felizmente divulgada entre quienes compartimos los años escolares en el Maristas San Juan, a través de la interpretación que guitarra en mano gustaba hacer Juan Borea.

Algunos quizás ya habíamos oído a Serrat con anterioridad, ya conocíamos de su decir. De su figura menuda y de su cabellera larga, así como de sus compromisos, de sus principios que al defenderlos le habían costado más de un problema con “el sistema”. Pero con la cercana y artesanal interpretación de Juan, sin significativas modulaciones estéticas en la voz y en la guitarra, nos acercábamos más a sentir versos como “todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”, o “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.... y cantábamos, y Serrat y Machado, sin saberlo, sonaban simbólicamente sinfónicos entres chiquillos san juaninos allá por 1977.

Pablo Neruda ha alcanzado un indiscutible reconocimiento mundial como poeta. Su obra es objeto de estudio en diversidad de geografías. Recordemos que nosotros mismos, en los latentes años escolares de la secundaria, lo leíamos como parte del curso de literatura. Incluso alguien que hoy reside lejos del país gustaba especialmente de recitar el famoso “Poema Veinte”, del libro “Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada”. Pero quizás no todos sepan que Neruda fue un hombre de ideas y de acción, hombre que desde el quehacer intelectual supo hilvanar un sólido, temerario pero dulce y vivificante compromiso con su tiempo y con su gente (gente simple hecha de las cosas simples de la vida). Su pluralidad de convicción de haber vivido de verdad; por ello su última obra, de publicación póstuma, fue el libro de sus memorias titulado como él había querido: “Confieso que he vivido”.

Quienes somos parte de una generación muy especial en la historia del Perú, dado el contexto complejo –y duro- en el que nos fuimos haciendo niños, adolescentes, jóvenes y adultos; quienes como nosotros nos encontramos en la llamada “base cuatro”, estadío intermedio entre la juventud y la vejez cronológicas, sin lugar a dudas hemos de haber andado buena parte de los “Los caminos de la Vida”. ¿Qué sabor nos deja ese recorrido? ¿Cuánto de vida latente, de textura humana vamos produciendo a cada paso? ¿Cuánto de piel dejamos en cada huella azarosa de nuestra propia travesía? Variadas biografías avanzan hacia alcanzar el ideal de “confesar que realmente se ha vivido” de la forma más humana y plena posible.

Preguntas abiertas de pulsación diaria, cuyas respuestas no pueden hallarse en la pura introspección subjetiva ni en el simple golpe de pecho, sino en la conformidad que sólo “el otro” social ( la familia, los amigos, el barrio, el pueblo, el país o el prójimo en el discurso cristiano) puede dar acerca de nuestra propia existencia. Esa conformidad es la que estamos llamados a construir para sentirnos convictos y confesos de vivir en plenitud.Que mañana y los siguientes días sean buen tiempo para vivir...


Daniel Zevallos Chávez


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