sábado, 29 de marzo de 2008


GENGIS KHAN, SU HALCÓN Y LA AMISTAD


Aunque con una distancia de cinco siglos Gengis Khan fue para Asia lo que Atila fue para Europa, ambos fueron grandes guerreros y pusieron en jaque al imperio esclavista de Roma y al poder del despotismo asiático en Oriente extendiendo, en el caso de Gengis Khan, su dominio desde China hasta Persia (hoy Irán); sin embargo hoy no escribiré sobre guerras ni conquistas militares sino mas bien del valor que representa la amistad y lo fácil que resulta apresurar un juicio que luego terminamos por lamentar; es muy fácil, a veces, dejarnos llevar por el impulso de la primera impresión y terminamos lastimando precisamente a quien nunca deberíamos lastimar y lo hecho, hecho está y jamás se podrá dar marcha atrás a la gran rueda de los acontecimientos. Esto es lo que le sucedió al gran Gengis Khan con uno de sus mejores amigos, eran inseparables y siempre le fue fiel y leal; este amigo era su halcón que lo había criado desde polluelo y lo había entrenado para ser mas eficiente que la mejor flecha a la hora de cazar, desde su brazo emprendía vuelo hacia las alturas y desde ahí no había presa que lograra escapar de su aguda vista y sus poderosas garras.

Cierta mañana, el guerrero y sus soldados salieron a cazar. Mientras que sus compañeros cargaban flechas y arcos, Gengis Khan llevaba su halcón favorito en el brazo, sin embargo a pesar del entusiasmo del grupo, no consiguieron cazar nada, Gengis Khan, decepcionado, volvió a su campamento; pero para no descargar su frustración en sus compañeros, se separó de la comitiva y decidió caminar solo mientras su halcón lo seguía desde cierta altura. Habían permanecido en el bosque más tiempo de lo planeado, estaba cansado y con mucha sed. Debido al calor del verano, los arroyos estaban secos, no conseguían encontrar nada donde beber hasta que por fin vio un hilillo de agua que se deslizaba entre unas rocas que tenía delante.

Dispuesto a saciar su sed, cogió el vasito de plata que siempre llevaba consigo, y pacientemente lo lleno con el agua que escurría de la roca, cuando lo llenó y estaba a punto de llevárselo a los labios, el halcón que volaba en círculos encima de los peñascos se precipitó rápidamente sobre Gengis Khan y le hizo caer el vaso de las manos.

Gengis Khan se molestó, era su animal favorito y tal vez también tuviera sed, pensó, tomó nuevamente el vaso, le quitó el polvo y volvió a llenarlo. Cuando lo tenía lleno hasta la mitad, el halcón volvió a hacer lo mismo y derramó el líquido.

Quería mucho a ese animal, pero sabía que no podía permitir semejante falta de respeto, ya que alguien podía estar presenciando la escena y más tarde contaría a sus guerreros que el gran conquistador era incapaz de domar una simple ave. Esa vez, desenvainó la espada, cogió el vaso, empezó de nuevo a llenarlo, con un ojo en la fuente y el otro en el halcón. En cuanto vio que tenía bastante agua y estaba a punto de beber, el halcón de nuevo alzó el vuelo y volvió nuevamente a volcar el agua pero esta vez el guerrero lo atravesó con su espada matándolo en el acto.

Volvió la mirada hacia la roca y el hilo de agua ya se había secado. Decidido a beber de cualquier modo, subió a lo alto de la peña en busca del manantial y para sorpresa suya, había, en realidad una poza de agua y en medio de ella, muerta, una de las serpientes más venenosas del lugar. Si hubiese bebido el agua, definitivamente ya no estaría en el mundo de los vivos.

Gengis Khan regresó al campamento muy triste con el halcón muerto en sus brazos. Mandó hacer una estatua de oro con la imagen del ave y grabó en una placa lo siguiente, "Hoy aprendí dos lecciones:
1) Incluso cuando un amigo hace algo que no te gusta, sigue siendo tu amigo.
2) Cualquier acción motivada por la furia es una acción condenada al fracaso y lo único que causa es dolor”.
Mario Domínguez Olaya

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